El animal fue avistado por guardavidas que dieron alerta a las autoridades municipales. Según explicó Juan Xifra, director general de Riesgo y Catástrofes de la capital correntina, “llegó nadando, porque es muy raro verlo en la ciudad”. No se mostró agresivo, pero sí visiblemente exhausto. “Está asustado, por eso está tiradito ahí”, relató el funcionario.
Desde el Centro de Conservación Aguará, la bióloga Catalina Mancedo resaltó el trabajo conjunto de guardavidas, Guardia Urbana, Policía, Bomberos y Municipalidad, que protegieron al aguará guazú hasta que el equipo especializado llegó para trasladarlo al centro de conservación. “Es un monumento natural de la provincia, y parece ser un ejemplar juvenil”, detalló.
Aunque el animal se encuentra en buen estado general, será monitoreado en las instalaciones del centro para que se recupere del esfuerzo y el estrés. “Va a descansar, lo vamos a observar, alimentar, y si todo marcha bien, volverá a su hábitat”, confirmó Mancedo.
Más allá del alivio por el exitoso rescate, el hecho deja entrever una preocupación ambiental creciente: los encuentros entre fauna silvestre y áreas urbanas no son casuales, sino síntoma del desequilibrio entre expansión humana y conservación de hábitats. En este caso fue un aguará guazú, emblema de la biodiversidad del litoral, que apareció donde no debería, recordándonos que su espacio natural se reduce cada día más.
La escena fue inusual, sí. Pero no debería sorprendernos tanto. En un contexto donde el monte se tala, los humedales se alteran y los corredores biológicos se interrumpen, estos encuentros entre especies vulnerables y el cemento urbano se harán cada vez más frecuentes. Y el costo no lo paga solo el animal que nada hasta la playa.