Cada 17 de junio, la historia argentina recuerda a Martín Miguel de Güemes, líder salteño de la resistencia popular y figura clave de la lucha por la independencia. En 1821, con apenas 36 años, moría tras resistir durante diez días una herida de bala, sin abandonar nunca su convicción de defender el suelo norteño de las invasiones realistas.
Güemes no fue un general de escritorio: combatió a caballo, organizó a campesinos, gauchos y criollos que, sin más recursos que su conocimiento del terreno y su voluntad, lograron contener a los ejércitos españoles en el norte argentino. Su táctica, conocida como “la guerra gaucha”, fue decisiva para frenar el avance enemigo y permitir que el resto del país se organizara políticamente.
La historia cuenta que, tras ser emboscado e herido por la espalda el 7 de junio de 1821, un médico español ofreció atenderlo. Güemes lo rechazó con firmeza. No aceptaría auxilio del enemigo ni se rendiría, ni siquiera para salvar su vida. Prefirió morir libre antes que vivir humillado.
Pese a su papel estratégico y a su fidelidad al proyecto emancipador, su figura fue durante décadas postergada en los relatos oficiales. Recién en 2016 se instituyó el feriado nacional del 17 de junio en su honor, equiparando su legado al de otros próceres como Belgrano y San Martín.
A Güemes lo traicionaron sectores de poder que temían más a su liderazgo popular que al ejército español. Murió en la Quebrada de la Horqueta, acompañado por sus hombres, pero su historia siguió viva en el pueblo.
Hoy, mientras el país atraviesa profundas desigualdades y tensiones, recordar a Güemes no es solo un acto de memoria: es una invitación a pensar qué tipo de liderazgo necesita la Argentina. Uno que no se rinda ante las presiones de arriba, y que confíe, como él, en la fuerza que viene desde abajo.