La reciente decisión del presidente Javier Milei de profundizar su alineamiento con Israel en el contexto del conflicto con Irán ha encendido alertas en la diplomacia argentina. En lo inmediato, el Ministerio de Relaciones Exteriores se vio obligado a emitir una circular de urgencia ordenando reforzar la seguridad en todas las embajadas argentinas en Medio Oriente. La medida se toma ante la creciente preocupación por posibles represalias contra sedes diplomáticas del país, luego de que fuentes oficiales confirmaran que servicios de inteligencia árabes advirtieron sobre posibles amenazas.
La orden llega tras una cadena de decisiones unilaterales de Milei que no solo desafían el tradicional equilibrio de la política exterior argentina, sino que colocan al país en una posición vulnerable en un tablero geopolítico complejo y volátil. Entre los movimientos más polémicos figura el anuncio de trasladar la embajada argentina en Israel desde Tel Aviv a Jerusalén, una jugada que contradice resoluciones internacionales y es considerada una provocación directa por el mundo árabe y musulmán.
El impacto de estas decisiones no es menor. En primer lugar, socavan la histórica postura argentina de neutralidad activa en conflictos internacionales, exponiendo al país a posibles consecuencias en su política de defensa y en su seguridad exterior. En segundo lugar, generan un daño colateral a la diplomacia de Estado en torno al reclamo por la soberanía de las Islas Malvinas.
De hecho, fuentes diplomáticas reconocen que algunos países árabes podrían votar en contra del reclamo argentino en la próxima reunión del Comité de Descolonización de la ONU, prevista para el 19 de junio. El respaldo árabe ha sido históricamente clave para sostener el consenso en esa instancia. Si se rompe esa armonía, la Argentina no solo podría sufrir una derrota simbólica, sino también quedar aislada en un frente diplomático que requiere sensibilidad y construcción multilateral.
Milei no solo anunció el cambio de sede diplomática, sino que firmó en Israel un Memorándum “En Defensa de la Libertad y la Democracia Contra el Terrorismo y el Antisemitismo”, comprometiendo al país en una cooperación militar explícita con el Estado israelí. Lo hizo en el momento de mayor escalada bélica en la región, sin pasar por el Congreso ni por el sistema de consulta institucional que la política exterior reclama.
En su momento, el rabino Axel Wahnish –designado embajador ante Israel– había logrado el aval del Senado tras asegurar que no habría traslado de la embajada. Milei ahora desconoce ese compromiso y confirma el movimiento, quebrando el pacto con el Poder Legislativo y generando un nuevo foco de tensión institucional.
El giro en la política exterior también pone en jaque al comercio exterior. Las exportaciones argentinas a países árabes superan en más de tres veces a las destinadas a Israel. Sectores como agroindustria, carne, y energía podrían verse afectados si se deterioran los vínculos con naciones clave del mundo árabe. Para un país urgido de dólares y de mercados, este costo resulta difícil de justificar.
Finalmente, en una señal adicional de alineamiento automático, el gobierno argentino votó en contra de un pedido de cese al fuego en Gaza, quedando en una posición aislada a nivel internacional junto a países con intereses ajenos a los de América Latina.
El gobierno de Javier Milei parece haber optado por una política exterior ideológica antes que estratégica. El costo de esa decisión puede ser mucho más que diplomático: podría comprometer la seguridad de los argentinos, el reclamo soberano por Malvinas y el futuro comercial del país. En un mundo en crisis, los gestos simbólicos pueden tener consecuencias muy reales.