El alivio fue breve. En plena pulseada por contener la inflación, el Gobierno nacional oficializó nuevos aumentos en la energía mayorista, que se verán reflejados en las boletas de Secheep entre agosto y septiembre. A la suba se suma la reducción gradual de subsidios para hogares de ingresos medios y bajos, completando una fórmula que, aunque presentada como “moderada”, impactará con fuerza en una economía familiar ya desbordada.
Las resoluciones publicadas en el Boletín Oficial confirman lo que los usuarios temían: los incrementos no se detienen. Desde mayo, la energía mayorista –que representa el 55% del total de la factura eléctrica– aumentó un 1,9% respecto de abril. Y ya se fijaron nuevas subas del 1,1% que aplicarán a los consumos de junio y julio. Es decir: lo que hoy parece poco, en pocos meses será más.
Pero no es solo eso. A tono con la política nacional de «sinceramiento» tarifario, se inició una poda progresiva de subsidios. Para los sectores de ingresos medios y bajos, la ayuda estatal se recortará entre un 0,5% y un 1%. Quienes tienen ingresos altos ya pagan tarifa plena desde hace tiempo. Según la Secretaría de Energía, desde enero la energía mayorista acumula un incremento del 478%.
Mientras tanto, en Chaco, Secheep se prepara para ajustar su parte. Tiene autorizada una audiencia pública para modificar el llamado Valor Agregado de Distribución (VAD), que representa entre el 22 y el 24% de la boleta final. Aunque fue postergada en época de elecciones con la excusa de no golpear el humor social, ahora el contexto es distinto. Las urgencias fiscales mandan.
El propio Ministerio de Infraestructura lo reconoce: sin el auxilio financiero mensual del Tesoro provincial, Secheep no podría pagar sus compromisos con la mayorista Cammesa. En otras palabras, el sistema eléctrico local se sostiene con alambres, en un contexto de tarifas que suben, salarios que no acompañan y una demanda social que sigue creciendo.
Mientras en la Casa Rosada celebran la desaceleración inflacionaria –el INDEC informó que en mayo el costo de vida subió solo un 1,5%, el menor dato en cinco años–, en el interior profundo la realidad es otra: más gasto en servicios, menos ingresos, y un malestar que no figura en los índices, pero sí se siente en cada hogar.