En la madrugada del 13 de junio, Israel lanzó un nuevo y sorpresivo ataque sobre territorio iraní. El gobierno de Benjamin Netanyahu, que desde hace años sostiene una doctrina de supremacía militar en Medio Oriente, lo presentó como una “acción preventiva”. Sin embargo, el verdadero efecto —y quizás el verdadero objetivo— parece ser otro: alimentar una espiral bélica que ya no se limita a Gaza o al sur del Líbano, sino que amenaza con expandirse en forma regional, si no global.
La ofensiva ocurre pocos días después de que el presidente estadounidense concluyera una exitosa gira por Arabia Saudita, Qatar y Emiratos Árabes Unidos. Los acuerdos alcanzados no fueron menores: inversiones emiratíes por 440 mil millones de dólares en el sector energético norteamericano, y una venta histórica de armas a Riad por 142 mil millones. Un festín para las corporaciones del complejo militar-industrial que revalida, una vez más, que donde otros ven caos, Estados Unidos y sus aliados ven oportunidades de negocios.
Ese es el marco en el que debe leerse el reciente ataque israelí. No se trata sólo de la preocupación por las capacidades nucleares iraníes —tema largamente supervisado por organismos internacionales y sujeto a negociaciones multilaterales— sino de un movimiento táctico en una estrategia mayor: contener a Irán, debilitar su influencia sobre actores no estatales como Hezbollah o los hutíes, y —en lo inmediato— preservar a Netanyahu en el poder en momentos en que su popularidad se desploma dentro de Israel.
El escenario político interno en Tel Aviv es cada vez más inestable. El primer ministro enfrenta protestas masivas por su gestión de la guerra en Gaza, críticas por la falta de avances en las negociaciones por los rehenes y divisiones dentro de su coalición, especialmente por el rechazo de los ultraortodoxos a cumplir con el servicio militar. La reciente derrota opositora en la Knéset por escaso margen apenas logró darle algo de oxígeno, pero era evidente que Netanyahu necesitaba recuperar protagonismo y autoridad. El ataque a Irán no fue sólo una decisión militar: fue, también, una jugada política.
Desde la Casa Blanca se ensayó un deslinde inmediato. Pero cuesta imaginar que el principal aliado militar y económico de Israel no estuviera al tanto. En Medio Oriente, Estados Unidos mantiene una política dual: se reserva los trajes de diplomático para los firmantes de acuerdos como los de Abraham, pero deja que sea Israel quien actúe como brazo armado frente a los «enemigos insumisos». Así se trazan las funciones: unos negocian, otros bombardean.
Lo que parece no calcular Washington es que esa repartición de roles tiene un costo. Un costo que no solo se paga en vidas y destrucción, sino también en su ya cuestionada credibilidad como mediador global. ¿Cómo explicar que mientras se busca reincorporar a Irán a acuerdos internacionales sobre uranio enriquecido, se aprueba de hecho un bombardeo unilateral que viola toda legalidad internacional?
Para Irán, el ataque israelí podría convertirse en la justificación perfecta para una escalada. Y si eso ocurre, la región entera puede entrar en una fase de guerra total. Porque detrás de cada actor estatal, hay redes, milicias y alianzas no visibles que reaccionarán —o serán instigadas a hacerlo—. En Gaza, en Líbano, en Yemen, pero también en Europa, donde crece el riesgo de radicalización en márgenes sociales abandonados por gobiernos que han normalizado la exclusión.
Lo que Netanyahu llama “defensa preventiva” no es otra cosa que un incentivo directo a la guerra. Un mensaje claro de que Israel no está dispuesto a acatar límites, acuerdos ni instituciones multilaterales. Y que si para mantenerse en el poder debe incendiar la región, lo hará.
En este tablero de ajedrez sangriento, la gran pregunta es cuánto más tolerará Estados Unidos —y en particular la administración Trump— a un aliado que se comporta como jugador autónomo, pero al que subsidia año tras año con miles de millones en ayuda militar. ¿Cuánto más le rendirá a la economía de guerra sostener a un gobierno que no puede garantizar ni estabilidad ni legitimidad interna?
Lo cierto es que hoy Medio Oriente está un paso más cerca del abismo. Y difícilmente un ataque preventivo evite el desastre. Más bien, parece ser el modo elegido —por algunos— para que el desastre se precipite.