En un mundo globalizado, donde los misiles pueden sacudir mercados a miles de kilómetros de su blanco, los ataques entre Israel e Irán volvieron a encender las alarmas del sistema financiero internacional. El precio del petróleo, el termómetro más sensible de las tensiones geopolíticas, respondió con una suba inmediata. Y, como siempre, Argentina no es espectadora neutral: la volatilidad del crudo arrastra consigo consecuencias concretas para su economía, desde la inflación hasta el costo de la energía.
El disparador fue un nuevo ataque de Israel sobre territorio iraní, que hizo trepar el Brent hasta los 78 dólares por barril, marcando el salto más alto desde la invasión rusa a Ucrania en 2022. La guerra, otra vez, aparece como variable determinante en un mercado donde lo militar y lo financiero se entrelazan. Pero, ¿qué significa esto para un país como Argentina, cuya economía ya navega aguas turbulentas?
La primera derivada es obvia: inflación. Aunque los combustibles en Argentina venían moderando su ritmo de aumentos en los primeros meses de 2025, este repunte internacional podría traducirse en nuevos incrementos en surtidores. Una dinámica que no sólo golpea el bolsillo del consumidor, sino que incide en toda la cadena de precios. YPF ya había recortado un 4% sus valores en mayo, pero esa decisión podría revertirse si la tendencia alcista del crudo se sostiene.
El segundo impacto es fiscal. Con subsidios energéticos todavía relevantes y un gobierno decidido a recortar el déficit, cualquier movimiento en los precios internacionales obliga a recalcular partidas. Un petróleo más caro puede forzar al Estado a elegir entre resignar metas fiscales o trasladar mayores costos al usuario. Ninguna de las dos opciones es políticamente inocua.
Pero no todo es negativo. La misma suba que encarece las importaciones puede beneficiar las exportaciones de crudo y gas, especialmente desde Vaca Muerta. La formación neuquina, que ya representa el 58% del total de producción de crudo, es el gran activo estratégico del país en este contexto. Si los precios se estabilizan en niveles altos, la balanza comercial energética —que ya muestra un superávit de USD 2.684 millones en lo que va del año— podría fortalecerse aún más. Las inversiones podrían multiplicarse y las empresas del sector ver una mejora en sus márgenes.
Sin embargo, también aquí hay sombras. Argentina todavía importa gasoil y otros refinados. Con un sistema de refinación insuficiente y una demanda interna que no siempre puede cubrirse localmente, los costos de importación pueden encarecerse. Y, en paralelo, los fletes marítimos están aumentando hasta un 15% debido al riesgo en el estrecho de Ormuz, un cuello de botella global para el petróleo. Todo esto impacta sobre los costos logísticos de las firmas argentinas que exportan crudo o importan insumos.
En el plano financiero, las acciones de empresas energéticas como YPF también oscilan al ritmo de la geopolítica. Si el petróleo sube, hay expectativa de mayores ganancias. Pero si la inestabilidad se convierte en crisis prolongada, la volatilidad puede espantar inversiones.
La advertencia de JPMorgan —que el barril podría llegar a USD 130 si se interrumpe el flujo en Ormuz— no es un dato menor. Más que una hipótesis extrema, es un recordatorio de cuán cerca del abismo puede quedar el mundo cuando los líderes políticos eligen el camino del enfrentamiento. En ese sentido, lo que está en juego no es sólo el precio del petróleo, sino la posibilidad misma de mantener una economía predecible en medio de un orden global cada vez más incierto.
Hoy, la guerra en Medio Oriente no es sólo una tragedia humanitaria ni una puja de poder regional. Es también una piedra arrojada al frágil estanque de la estabilidad económica global. Para Argentina, que busca recomponer sus variables macro, atraer inversiones y estabilizar precios, cada disparo en esa región tiene eco en los balances fiscales, en las estaciones de servicio y en las mesas de negociación con organismos internacionales.
La pregunta ya no es si los conflictos lejanos nos afectan. La pregunta es cuánto nos vamos a preparar para enfrentarlos, antes de que nos arrastren sin remedio.