Mientras el Gobierno nacional repite que «no hay plata», el Congreso avanza con dictámenes para declarar la emergencia en uno de los hospitales pediátricos más importantes del país: el Hospital Garrahan. La situación es tan grave que, a pesar de las diferencias políticas, seis proyectos —dos de ley y cuatro de resolución— lograron dictamen en la Comisión de Acción Social y Salud Pública de Diputados.
No se trata de una cuestión menor. El Garrahan no es un hospital más: es un símbolo de la salud pública infantil, y un centro de referencia regional para miles de familias que, desde todo el país, acuden en busca de atención especializada que no pueden encontrar en sus provincias.
Hoy ese hospital está en emergencia. Sus residentes —médicos en formación que sostienen buena parte de la atención cotidiana— llevan semanas de medidas de fuerza por salarios que no alcanzan a cubrir necesidades básicas. No piden lujos ni privilegios: piden condiciones mínimas para trabajar con dignidad y cuidar la vida de los más chicos.
La desidia no es nueva, pero se ha agravado. El ajuste que la administración Milei lleva adelante con fanatismo ideológico ha tocado todos los resortes del Estado, pero que lo haga a costa de la salud de niños y niñas roza el cinismo.
Mientras se blindan fondos para beneficiar a grandes ahorristas con el “plan dólares del colchón”, el Garrahan funciona con presupuesto reconducido, su personal está precarizado y la atención corre riesgo. La salud, una de las funciones esenciales del Estado, está siendo arrinconada sin pudor.
La Cámara de Diputados intentará avanzar con una sesión especial para aprobar el aumento a jubilados, declarar la emergencia de discapacidad y, también, declarar la emergencia del Garrahan. Pero como todo en este país ajustado hasta el hueso, dependerá del quórum: 129 diputados, que solo se logran si los gobernadores no son presionados desde la Casa Rosada para que bajen a sus legisladores del recinto.
Ese es el drama de fondo: hoy, el destino de la salud pública infantil puede quedar atrapado en una jugada política más de un gobierno que, mientras se declara libertario, interviene para impedir que se escuchen los reclamos más elementales.
Lo del Garrahan no es solo una emergencia médica. Es una emergencia moral.