Elon Musk confirmó su salida del gobierno de Donald Trump, alegando la necesidad de concentrarse en sus compañías, particularmente Tesla, que atraviesa una crisis desde que el magnate comenzó a vincularse con la administración republicana. Pero más allá del regreso a sus negocios, la renuncia llega en medio de fuertes cuestionamientos de Musk al rumbo fiscal que adoptó Trump en su segundo mandato.
En una entrevista con el programa «CBS Sunday Morning», Musk se mostró particularmente crítico con el nuevo proyecto de gastos aprobado por la Cámara de Representantes, que contempla una monumental rebaja impositiva, incrementos en el gasto militar y de seguridad nacional, y un recorte significativo a programas de salud, nutrición y energía. La Oficina de Presupuesto del Congreso estimó que la iniciativa agregará US$ 3,8 billones al ya abultado déficit estadounidense. El proyecto ahora será debatido en el Senado, donde se anticipan modificaciones.
“Francamente, me decepcionó ver el enorme proyecto de ley de gastos, que aumenta el déficit presupuestario, no solo lo reduce, y socava el trabajo que está realizando el equipo del Departamento de Eficiencia Gubernamental. Creo que un proyecto de ley puede ser grande o puede ser hermoso, pero no sé si puede ser ambas cosas”, declaró Musk. Su referencia al DOGE —la sigla informal del departamento que lideraba— fue interpretada como un reproche directo a la falta de coherencia fiscal de la Casa Blanca.
El vínculo entre Musk y Trump, que al inicio fue funcional y hasta simbiótico, se fue deteriorando en los últimos meses. El protagonismo que asumió el dueño de Tesla en decisiones estratégicas y encuentros con jefes de Estado generó tensiones internas con figuras claves del oficialismo republicano. Una de ellas fue Marco Rubio, quien consolidó su poder en la Cancillería tras la caída de Maurice Claver-Carone y la salida del consejero de Seguridad Nacional Mike Waltz, puesto que Rubio absorbió de facto.
Según testimonios recabados por senadores mexicanos durante una visita reciente a Washington, “Marco Rubio es el secretario de Estado más poderoso en años, controla la diplomacia, funge como consejero de Seguridad de la Casa Blanca, maneja los recursos de cooperación del USAID y hasta le ganó la batalla a Musk, que está prácticamente afuera”. La frase pertenece a un diplomático con décadas de experiencia en la capital estadounidense y refleja el nuevo reparto de poder interno en el segundo mandato de Trump.
La renuncia de Musk, en ese contexto, es tanto un acto de protesta como una consecuencia previsible del reacomodamiento en la administración. Su influencia se había ido erosionando al compás de un gabinete cada vez más alineado con una visión conservadora del gasto público, pero a la vez dispuesto a ignorar sus propias advertencias sobre eficiencia y sostenibilidad fiscal.