Las cúpulas del poder europeo siguen buscando el tono en tiempos de redes, viralizaciones y diplomacia low cost. Esta vez, el papelón llegó desde el cielo: literalmente. Emmanuel Macron descendía del avión presidencial en Vietnam cuando su esposa, Brigitte, lo empujó con fuerza en el rostro ante cámaras encendidas y micrófonos atentos. El gesto, entre lo violento y lo privado, terminó por convertirse en el primer gran tema político del viaje asiático.
El Palacio del Elíseo, que no pierde el reflejo de manual, tardó menos en desmentir que en confirmar. Primero dijeron que el video era falso. Luego admitieron que sí, que era real, pero que no era nada. «Estaba discutiendo o más bien bromeando, con mi esposa. No es nada», minimizó Macron, algo desencajado, con su cara aún reciente del manotazo, intentando sonreír y saludar.
El clip, capturado por la Associated Press, muestra al presidente francés en el umbral del avión, de perfil, aparentemente absorto en una charla. Y, de golpe, el brazo de Brigitte interrumpe la escena con un movimiento brusco, directo al rostro. El presidente se sorprende, gira, y sin tiempo para recomponerse, baja las escaleras. Tiende su brazo a su esposa, como gesto protocolar, pero ella lo ignora y se aferra a la baranda. Toda una postal.
Desde la comitiva presidencial no tardaron en activar el modo control de daños: “Una riña menor”, “una escena de complicidad”, “un momento íntimo fuera de contexto”. Las frases corrieron como parte del kit de emergencia para neutralizar escándalos inesperados. Sin embargo, el incidente volvió a colocar a Macron en un lugar incómodo: el de un liderazgo frágil, sobreactuado y cada vez más cuestionado en lo simbólico.
No es la primera vez que el Elíseo tiene que salir a aclarar lo que las imágenes sugieren por sí solas. Hace apenas unos días, otro video mostraba al mandatario retirando apresuradamente un objeto blanco de la mesa al ver entrar a sus pares europeo y británico en un vagón de tren. Las redes sociales hicieron lo suyo: memes, especulaciones, y hasta teorías sobre presunto consumo de sustancias. El gobierno respondió con indignación patriótica: “Era un pañuelo, no cocaína. No se dejen manipular por los enemigos de Francia”.
Pero los enemigos de Francia, esta vez, parecen estar más cerca de la cabina presidencial que de las fake news rusas. En tiempos donde cada gesto se convierte en un loop digital, la pareja Macron ha dejado de ser el modelo refinado de una república moderna y comienza a parecerse a una producción de Netflix sin subtítulos.
Vietnam fue solo la primera escala. Le esperan Indonesia, Singapur y la posibilidad de que alguna otra cámara indiscreta capture un nuevo episodio del reality diplomático. Por lo pronto, el presidente francés aprendió una lección básica: antes de bajar del avión, revisar dos veces si las cámaras están grabando… y si Brigitte está de buen humor.