Mientras el presidente Javier Milei intensifica su ofensiva retórica contra medios, periodistas y comunicadores, una voz afín al oficialismo cruzó un límite alarmante. El influencer Daniel Parisini, más conocido como «El Gordo Dan», pidió públicamente que Milei «meta preso a algún periodista por decreto», evocando un supuesto precedente de Raúl Alfonsín en 1985. Lo hizo sin pruebas, sin contexto y sin vergüenza.
El señalamiento no solo es falaz, sino profundamente peligroso. A diferencia del caso citado —el Decreto 2049, dictado en medio de un estado de sitio tras atentados con explosivos y amenazas reales a la institucionalidad democrática—, la propuesta de Parisini no responde a hechos concretos ni a investigaciones judiciales: es una expresión autoritaria que reclama castigo ejemplar para quien opina o informa distinto.
El señalamiento de periodistas como enemigos no es nuevo en el repertorio del poder. Pero cuando desde las filas oficialistas se exige prisión para quienes ejercen el derecho a informar, se vulnera un pilar central de toda democracia moderna. En este caso, el intento de reinterpretar la historia para justificar una amenaza directa al periodismo deja en evidencia una agenda cada vez más peligrosa: deslegitimar, intimidar y silenciar.
El periodismo no está exento de críticas ni debe estarlo. Pero pretender que un presidente detenga por decreto a periodistas, como si se tratara de enemigos internos, roza el delirio totalitario y revela la fragilidad de quienes no toleran la disidencia.
En tiempos de redes sociales donde la desinformación corre más rápido que los hechos, este tipo de declaraciones no pueden tratarse como meras provocaciones. Son mensajes con carga política y efectos reales. Validan el odio, fomentan el acoso y alimentan el terreno para medidas represivas.
Defender la libertad de prensa hoy implica denunciar estas expresiones con claridad. Porque lo que está en juego no es una disputa entre bandos o estilos comunicacionales, sino el derecho ciudadano a saber, a disentir y a expresarse sin miedo. Y eso, en cualquier república que se precie de tal, no se negocia.