Fernando Gago ya no es el director técnico de Boca Juniors. La derrota en el Superclásico frente a River fue el golpe definitivo para una relación que venía desgastándose desde la eliminación en la Copa Libertadores ante Alianza Lima. El presidente del club, Juan Román Riquelme, tomó la decisión luego de meditarlo durante varias semanas. Consideraba que el ciclo del entrenador estaba cumplido y que el equipo no mostraba señales de evolución ni identidad futbolística.
La salida de Gago estaba prácticamente sellada desde aquella noche en la Bombonera, cuando Boca quedó fuera del torneo continental por segunda vez consecutiva. El DT había intentado sostener su autoridad frente al Consejo de Fútbol, pero el propio Riquelme ya no veía margen para sostenerlo. Solo una serie de triunfos en el torneo local había postergado lo inevitable. Tras perder el clásico, Román optó por cerrar un proceso que nunca terminó de convencerlo.
Las razones de la destitución son múltiples, pero hay cuatro que pesaron especialmente. La primera fue la forma en la que Gago planteó el Superclásico. Riquelme no cuestionó tanto el resultado como la actitud del equipo y la decisión táctica de modificar el sistema que venía funcionando. El cambio a una línea de cinco en defensa fue leído como un retroceso, una señal de temor que, según el presidente, contagió al plantel y entregó la iniciativa a River. La exclusión de Alan Velasco, una de las grandes apuestas económicas del club, fue otro punto de discordia.
La segunda gran falla para el Consejo fue la eliminación en la Copa Libertadores. Para la dirigencia, el equipo no solo jugó por debajo de las expectativas, sino que tampoco estuvo a la altura desde lo estratégico. Gago nunca logró imponer condiciones ante un rival claramente inferior como Alianza Lima, y la sorpresiva decisión de cambiar al arquero titular antes de la tanda de penales terminó de minar la confianza. Riquelme sintió que el cuerpo técnico no supo capitalizar los recursos puestos a disposición en el mercado de pases.
Un tercer factor fue la falta de progresos futbolísticos. Ni en 2024, cuando asumió tras la eliminación en la Sudamericana, ni en el arranque de 2025, Boca mostró señales de ser un equipo consolidado. La irregularidad fue constante, incluso en los partidos ganados. Para el Consejo, el equipo se sostenía más por la inercia del escudo y la jerarquía individual que por una idea de juego clara. Partidos como los de Newell’s en Rosario o River en Núñez dejaron la sensación de que el técnico cambiaba sin razón lo que funcionaba, desorientando a propios y ajenos.
Por último, en el plano interno, la relación con el plantel empezó a resquebrajarse. El festejo contenido de Merentiel en el gol a Estudiantes, el gesto de Rojo ante el cambio de arqueros, y ciertos movimientos sorpresivos en la conformación de los convocados, fueron síntomas de un clima tenso. La exclusión de Carlos Palacios tras su accidente en Chile —cuando no pudo llegar a tiempo a un entrenamiento— también generó ruido en la interna. Riquelme, atento a todo lo que sucede puertas adentro, ya había tomado nota.
Aunque Gago había intentado construir un grupo unido desde la pretemporada con gestos como el tradicional asado en Ezeiza, su manejo del día a día y las decisiones técnicas terminaron debilitando su posición. Su salida se concretó en vísperas de los octavos de final del Torneo Apertura y con el Mundial de Clubes como objetivo en el horizonte. Boca, otra vez, inicia una nueva etapa.