Con su partida a la Casa del Padre, el mundo despide a un pontífice que dejó huella. Jorge Mario Bergoglio, el Papa Francisco, abrió un nuevo capítulo en la historia de la Iglesia desde que fue elegido en marzo de 2013. Su liderazgo pastoral se definió por una apuesta decidida por la misericordia, la reforma y el compromiso con los más olvidados.
Desde el primer momento, impulsó una Iglesia “en salida”, volcada a las periferias y al encuentro con el otro. Ese llamado renovó el espíritu misionero en parroquias, comunidades religiosas y estructuras pastorales, alentando una conversión que no fue solo discursiva, sino profundamente práctica.
Francisco promovió una transformación profunda en el corazón institucional del Vaticano. Rediseñó la Curia Romana, la orientó hacia un funcionamiento más sinodal, eficiente y transparente, y tomó medidas concretas para combatir la corrupción interna.
Uno de sus hitos fue el Sínodo sobre la Sinodalidad, donde por primera vez en mucho tiempo se amplificó la voz del Pueblo de Dios: laicos, religiosas, religiosos y obispos de distintas realidades fueron escuchados para construir juntos una Iglesia que camina unida.
En 2015, con el Jubileo de la Misericordia, volvió a centrar la mirada cristiana en el amor compasivo de Dios, y promovió la cercanía pastoral a través de una vivencia concreta del perdón y la reconciliación.
En el plano global, su encíclica Laudato si’ se convirtió en un referente ético del siglo XXI, llamando a cuidar la creación y denunciar la injusticia climática con fuerza profética. A la par, fortaleció el diálogo interreligioso con gestos históricos como el encuentro con líderes musulmanes y judíos, apostando por una fraternidad universal.
Francisco denunció sin titubeos la exclusión, la codicia y el desinterés por los más vulnerables. Instituyó el Día Mundial de los Pobres y nos recordó que el Evangelio se encarna en los descartados por el sistema.
A través de gestos cotidianos, como sus homilías en Santa Marta o sus llamados constantes a la oración, mostró una fe cercana, sensible, humilde. Avanzó, con pasos firmes pero prudentes, en el reconocimiento del papel de la mujer en la Iglesia y abrió el diálogo sobre su presencia en ámbitos de mayor responsabilidad.
Profundamente mariano, devoto de san José, cercano a la gente común, Francisco nos deja como herencia una Iglesia más sencilla, más comprometida con el Evangelio y más humana.
Hoy lo despedimos con gratitud, sabiendo que su testimonio seguirá inspirando a millones. Que descanse en paz el Papa de los gestos y la misericordia. Su legado vive.