El Viernes Santo conmemora la pasión y muerte de Jesús de Nazaret, un día central de la Semana Santa para la Iglesia Católica.
Según la tradición cristiana, este día se recuerda el sacrificio de Cristo en la cruz, por lo que los fieles practican la abstinencia como signo de respeto y recogimiento.
La costumbre de no comer carne roja se remonta a la temprana Edad Media, cuando la carne de animales de sangre caliente se asociaba con la celebración y el disfrute.
Al prescindir de ella, quienes guardan la tradición expresan solidaridad con el sufrimiento de Cristo y renuncian a los placeres mundanos.
El Código de Derecho Canónico establece que los católicos mayores de 14 años deben observar la abstinencia todos los viernes de Cuaresma, especialmente en Viernes Santo.
Esta norma busca fomentar la penitencia y la reflexión espiritual en el periodo que precede a la Pascua.
En lugar de carne, es común consumir pescados, mariscos, verduras y legumbres.
El pescado, al ser un alimento “frío” en la simbología medieval, representaba la humildad y la sencillez que caracteriza la jornada de luto.
En muchos hogares y comunidades, el menú de este día incluye platos tradicionales como el bacalao a la vizcaína, la cazuela de mariscos o las empanadas de atún.
Estas recetas han pasado de generación en generación, reforzando el sentido de identidad cultural y religiosa.
Más allá de lo alimentario, la abstinencia invita a dedicar tiempo a la oración, la meditación y la ayuda al prójimo.
Al prescindir de un alimento cotidiano, los fieles se concentran en la dimensión espiritual del día y en la importancia de la solidaridad.
Así, la práctica de no comer carne el Viernes Santo trasciende la dieta y se convierte en un gesto de fe, memoria histórica y unión comunitaria.
Cada bocado sin carne refuerza el recuerdo del sacrificio y la esperanza de la resurrección que se celebra en la Pascua.