El 4 de junio de 1846, a orillas del río Paraná, la Confederación Argentina le asestó un golpe fulminante a las tropas anglo-francesas en un episodio tan decisivo como olvidado: la Batalla de Punta Quebracho. A solo 35 kilómetros de Rosario, en lo que hoy es Puerto General San Martín, las tropas argentinas lideradas por Lucio Mansilla se apostaron en las barrancas con una estrategia quirúrgica: usar el terreno como arma, y la memoria de la derrota en Obligado como motivación.
La flota enemiga, integrada por doce buques de guerra que escoltaban barcos mercantes en retirada tras una decepcionante incursión comercial en Corrientes, no esperaba una emboscada. Pero a las 11 de la mañana, el primer cañonazo marcó el inicio del combate. En poco más de dos horas, seis de sus buques fueron destruidos: dos hundidos, cuatro incendiados para evitar su captura. Los vapores de guerra Harpy y Gorgon quedaron gravemente averiados. Los europeos contabilizaron 60 muertos. Del lado argentino, increíblemente, hubo una sola baja y apenas dos heridos. La victoria fue total y aplastante.
Mansilla, con 17 cañones, 600 infantes, 150 carabineros y una reserva de 200 soldados y lanceros santafesinos, había montado una defensa que combinaba precisión militar, conocimiento del terreno y voluntad política. El recuerdo fresco de la derrota en Vuelta de Obligado había encendido una llama que ni Inglaterra ni Francia pudieron apagar.
Esa jornada selló el fin del avance extranjero y dejó en claro que la navegación de los ríos interiores no se cedería sin pelear. El bloqueo al puerto de Buenos Aires recién se levantó en 1850, pero fue en Punta Quebracho donde las potencias entendieron que no valía la pena insistir con las cañoneras.

Durante décadas, la batalla fue invisibilizada. Recién en 1939 se colocó una cruz de quebracho como único homenaje en el lugar. En 1981, con la llegada de Cargill a la zona, fue desplazada. Solo en 1999 se declaró el sitio como Lugar Histórico Nacional. Hoy, esa cruz es el único vestigio físico de una gesta que merecería ocupar otro lugar en los libros de historia… y en la memoria colectiva.