Por Sergio Sánchez
Oriundo del pueblito Seguí, en Entre Ríos, Carlos “Negro” Aguirre es un pianista, cantor y compositor que se convirtió en un referente de la música popular argentina. Con más de 35 años de trayectoria musical, Aguirre construyó una obra —un lenguaje, un estilo— personal en el cruce entre la tradición y la vanguardia. Lo suyo es la exploración, la experimentación y la búsqueda lúdica a partir de los diversos ritmos y sonidos folklóricos de Latinoamérica. Actualmente vive en Bajada Grande, un barrio de pescadores a orillas del Río Paraná. Desde allí apuesta a la creación artística y se expande no solo en territorio argentino, sino también a otras partes del mundo, como Brasil, Francia y Japón. Creador junto a Ramiro Gallo y Luis Barbiero del sello independiente y distribuidora digital Shagrada Medra, el autor entrerriano logra conectar la militancia cultural, la creación artística y la sensibilidad social, sobre todo en asuntos vinculados con el cuidado del ambiente.
El trabajo colectivo y los pueblos
En el universo musical del Negro Aguirre hay al menos dos inquietudes que se repiten: el interés por la composición propia y la experimentación (o laboratorio creativo). Aunque también se puede agregar un tercer elemento predominante: el trabajo grupal o colectivo. A fines de 2024, el entrerriano lanzó Melodía que va (2024), el disco debut de Almalegría, un sexteto experimental con el que investiga sobre la gestación de diversos lenguajes rítmicos. “Es un proyecto que se inició con un carácter de laboratorio, como un taller en el que nos dábamos el tiempo de investigar sobre todo cuestiones que tienen que ver con ritmos afro-latinoamericanos o latinoamericanos de raíz afro”, precisa Aguirre desde Bajada Grande.
“Pero no aludiendo a una rítmica en particular como si uno compusiera en base a un ritmo establecido, sino que más bien la idea era gestar después nosotros en base a las lógicas de esos ritmos que habíamos estudiado, nuevos ritmos… aunque en realidad es probable que existan en otros lugares del planeta”, explica. “No nos podemos erigir como dueños de tales ritmos, pero sí jugar con ellos. En base a eso yo me quedaba componiendo y grababa algunos fragmentos de esos ritmos. Al cabo de unos años nos dimos cuenta que ya teníamos un repertorio o unas músicas que podían ser parte de un material. Ahí se nos ocurrió grabarlo, pero no había apuro ni estaba de antemano la idea de hacer un disco”.

Después de siete años de trabajo colectivo y exploración musical, el sexteto Almalegría registró en un disco ocho obras originales, a excepción de una versión de “Coplas del valle”, del riojano Ramón Navarro. Se trata de piezas extensas —de siete o diez minutos—, con largos pasajes instrumentales y vocales, y con formas musicales folklóricas, pero no estandarizadas o rígidas. Sobrevuela un evidente espíritu lúdico en todo el disco y una clara intención rítmica y experimental. “Hay dos canciones en el disco. Una es ‘Coplas del valle’, una zamba carpera que nos gustó versionar porque nos daba pie para exponer otras maneras de acompañar”, precisa Aguirre. “La otra canción es ‘Melodía que va’, que da nombre al disco. Es la que sentimos que resume el espíritu del disco, del grupo y de estos años de búsqueda. De alguna manera, narra una historia ficcionalizada de una melodía que sale de viaje y va pasando por distintos países de Latinoamérica”.
“Y cuando regresa me cuenta todo lo que vio: que hay realidades comunes en los distintos países —sigue el músico—. Me cuenta también la diversidad de culturas que conviven y lo maravilloso que es todo este continente. Tiene como un sesgo también político en el sentido de que son realidades comunes: países que han pasado por procesos políticos parecidos, a veces en el mismo momento. Y cómo surge la resiliencia de estos pueblos recuperándose de esos procesos y las hermandades que van surgiendo con los distintos pueblos. La idea es profundizar en algo que suele ocurrir: que un habitante de esta patria grande de repente tiene raíces en distintos lugares porque sus padres vinieron del país vecino o su mamá vino de otro lado. Tenemos ganas de salir a compartir esta música con el público. En breve la idea es presentar el disco, pero estamos organizándonos”.
De Cuyo al Litoral
—La metodología de laboratorio musical es algo recurrente en tu búsqueda. Lo habías hecho, por ejemplo, con el quinteto de guitarras y el disco Va siendo tiempo (2022).
—-Sí, tal vez con distintas temáticas. En este caso, el de Almalegría era puntualmente referido a la percusión. En el caso de Va siendo tiempo era un quinteto de guitarras y me interesaba ver cómo escribir para ese formato. Primero me interesa ir hacia las sonoridades típicas de esos formatos, porque están muy presentes en el folklore de algunas de nuestras regiones, como Cuyo. O el cuarteto de Zitarrosa. O en algunos casos en el Litoral, como los grupos de guitarra que tocan chamamé. En ese caso la idea era abordar un formato que es tradicional: primero hacer sonar ese color y después darnos algunos permisos y buscar otras maneras de tratar ese mismo formato. Con cada grupo aprovecho a estudiar y profundizar en cosas que tengo pendiente en lo personal. Y me gusta hacerlo en grupo, porque es más rico el proceso. Cada uno trae su bagaje, entornos y circuitos de escucha. Y todo eso se pone sobre la mesa en forma colectiva.
—¿Una cuenta pendiente es trabajar música en formato de cámara u orquestal?
—Sí, tengo muy fuerte esa intención. Este año me estoy tratando de hacer espacio en la agenda para meterle con bastante fuerza a esa intención. No tengo claro cuál sería el ensamble con el que me gustaría trabajar, pero tendría instrumentos habituales de las músicas académicas.
—¿Con eje en la composición propia también?
—Sí. Y más en esta etapa del camino en el que estoy con una urgencia de escarbar en mi mochila interna y sacar un poco a la luz lo que voy encontrando. Y darle algún tratamiento que me deje conforme. Lo que se termina plasmando en muchos casos no es la primera idea que se te ocurrió.

—¿A qué responde esa necesidad o urgencia de componer y dejar obra?
—Con el tiempo me fui dando cuenta que es lo que más me atrae del hacer musical; la composición. Entonces, me parece que uno en el hacer va encontrando una mejor manera de decir lo que quiere decir, también va encontrando lo que quiere decir. Muchas veces empiezo a escribir algo, las estrofas de una canción, y me voy dando cuenta en el camino que no había reflexionado tanto sobre la temática de la que estaba hablando. Entonces, paro las rotativas y comienzo ahí un proceso de investigación. Dejo parada la canción y me voy a un archivo, leo determinadas cosas, libros que están relacionados a esas temáticas, entrevisto a algunas personas, todo con un mismo eje de reflexión sobre esos temas. Después, al cabo de un tiempo, vuelvo a la canción que estaba componiendo y reviso todo el texto en base a ese proceso. La composición, como cualquier hacer adentro de la música, tiene un montón de aristas, pero ahí he encontrado un espacio en el que me siento muy a gusto, muy interpelado por el hacer. Es una linda oportunidad de revisar un montón de cosas, de encontrar todos los huecos que uno tiene, las cosas en las que no ha pensado tanto e ir ampliando la lectura del lugar donde uno vive y de este tiempo. Siempre pienso que el arte es una crónica complementaria a la crónica histórica, periodística, sociológica o antropológica.
—En el disco La música del agua (2019) revisitaste obras de autores como Aníbal Sampayo, Alfredo Zitarrosa, Chacho Muller y Ramón Ayala. En ese caso también hubo relevamiento y recopilación. ¿Hay un grado de investigación siempre?
—Me encanta meterme en esos procesos, los disfruto un montón e incluso me lamento cuando el proceso se termina. Me gusta estar dentro de ese estado, como viviendo una suerte de película. El común denominador de varios discos de los últimos tiempos es el laboratorio, el taller, el acopio o la reunión de información; hacer un trabajo de campo en algún sentido. Contactar personas que tienen más camino andado en tal temática. Me gusta salir transformado de cada uno de estos procesos. Que al cabo de un disco yo sea otro o haya ampliado la mirada.
—¿Cómo es tu relación con el canto?
—Mi cantar apareció como una necesidad de hacer sonar mis canciones, pero la ilusión con las que las sigo cantando es que se hagan carne en otras voces. Que después un cantante o una cantante las tome como propias y las haga; alguien con un recorrido más profundo en el instrumento. Yo no he tenido ese recorrido técnico en la voz, simplemente me gusta cantar. En algún momento tomé clases, pero no he tenido el rigor de sostener una vida de cantante. Lo que he reflexionado mucho es cómo decir a la hora de la interpretación más relacionado con lo que estoy diciendo, con las letras, ahí sí he hecho un laburo. Es decir, hacer eje en tal palabra o tal frase, y decidir en qué momento darle cierta jerarquía a tal palabra.

Música del agua
En octubre de 2022 se realizó en Andalgalá (Catamarca), el Festival Puentes de Agua, una iniciativa que tuvo como objetivo “intercambiar experiencias de resistencia contra los extractivismos, visibilizar las diferentes problemáticas y pensar estrategias comunes de lucha». En esa oportunidad, el Negro Aguirre participó en el festival junto al músico santafesino Jorge Fandermole. “Esa fue la única vez que fui, pero estoy muy cerca porque tengo una amiga muy querida, Nadia Larcher, que es de Andalgalá y está muy involucrada con ese tema”, cuenta Aguirre. “En aquel entonces la invitación me llegó por medio de Guillermo Folguera y fuimos con Fandermole a tocar a dúo, porque nos interesaba llevar el canto de acá”.
“Nací en un pueblito que se llama Seguí, que está a cincuenta kilómetros como metiéndose adentro de la provincia Entre Ríos. Era un pueblo de campo de unos 2000 habitantes, entonces la naturaleza estaba muy presente: el contacto con las plantas y los animales”, cuenta el artista sobre su sensibilidad por la lucha ambientalista. “A los 14 años me vine por razones de estudio a Paraná. Y a ese bagaje sensible que tenía en relación al contacto con la naturaleza que viví por habitar un pueblo rural le sumé en Paraná el contacto con el río, que es muy imponente. Me fue muy fácil adoptarlo como mi nuevo horizonte también. Entonces, a partir de los 14 años se inicia ese vínculo. Primero fue muy de lejos y después fui conociendo gente que lo habitaba, que navegaba, que salía a remar, incluso músicos, como el caso del Zurdo Martínez, que para nosotros fue una especie de hermano mayor y tenía una relación muy profunda con el río”.
“Luego comencé a hacer la separación de la basura en mi casa y eso se instaló en mí como una cosa casi automática —sigue Aguirre—. Pero hubo un momento en plena pandemia en el que una práctica que mucha gente tenía de las quemas en las islas se empezó a hacer de una forma alevosa y con unas intenciones muy claras de tomar posesión de esos territorios para distintos emprendimientos. En la soledad de esos momentos más críticos de la pandemia veíamos por nuestras ventanas humaredas grandes y no entendíamos qué era lo que estaba pasando. Ese fue el disparador por el cual un grupo de autoconvocados se juntó para conformar la Multisectorial por los Humedales de Paraná. Por un momento observé un poco de lejos porque no entendía bien qué estaba pasando. Después me acerqué a una reunión y ahí me enteré de toda la información que ellos tenían. Y ya no pude desconectarme más de eso”.
—En 2021 contaste que hacía un tiempo largo ya no ingresaba plástico a tu casa. ¿Es una práctica que seguís sosteniendo?
—Sí, soy como una especie de talibán de eso. Cada vez que salgo a comprar lo hago con mis frascos y mis tuppers. Lo que para mí no tiene que ingresar es el plástico de un solo uso. Pero a un tupper lo puedo limpiar un montón de veces y que sea el lugar donde voy a alojar cada cosa que compro. Entonces, he cambiado los proveedores y me acerqué incluso a productores locales de distintos alimentos. Tengo una bolsa de tela que la lavo regularmente y con eso voy a la panadería. Lo mismo las bolsas de tela plástica reutilizables para la verdulería, que las podés lavar. Localicé también un par de fábricas de fideos frescos de acá de Paraná que me encantan y les pido que me los pongan en un tupper. También dejé de consumir fideos empaquetados. Y el arroz lo consigo en dietéticas o a través de compras comunitarias. A veces siento que no he logrado mucho contagiar este hábito. No es que yo sea el único, pero muchas veces en mi entorno me resulta difícil instalar esa conversación y hacer que todos mis amigos adopten esta práctica. De hecho, muchas veces voy a algunos negocios y la persona que me está atendiendo me dice «ah, cierto que vos sos al que no hay que darle bolsa». En cierta medida eso no me suena muy lindo, en el sentido de que soy como el raro, entonces no somos tantos los que hacemos eso. Y es una pena.
—¿Es difícil encontrar el tiempo para llevar adelante esa militancia en defensa del agua?
—A veces no con la intensidad que yo quisiera porque es difícil repartirse en tantas cosas, porque también en el medio estoy coordinado el sello Shagrada Medra, pero trato de estar presente en muchos momentos, no solo en los visibles como las marchas, sino en algunos espacios más íntimos de discusión. Hay veces que es difícil también porque mi oficio me lleva a viajar bastante, entonces no puedo sostener una concurrencia regular a todas las reuniones, pero sí puedo establecer puentes. En muchos momentos me siento más con ese rol de contactar personas que viven en un lugar con otras y que están haciendo la misma fuerza en relación a estas militancias. Esa parte es la que mejor puedo abordar: hacer que una agrupación que está defendiendo los humedales en otro lugar del país o del continente se contacte por ejemplo con nuestra multisectorial. Ahora se está organizando una remada para evocar una gesta que se hizo en épocas en que se quería hacer la represa de Paraná y se logró parar a través de una movida muy hermosa que hicieron dos pescadores, Raúl Roco y Luis «Cosita» Romero.
—¿En qué consistía?
—Estaban tan consustanciados con esta problemática que decidieron largarse desde el norte a recorrer todo el río e ir contando en cada pueblo lo que estaba por suceder si se hacía esa represa. Fue muy hermoso porque ellos fueron haciendo que la gente se enterara y después la fuerza misma de la gente reunida frenó esa obra que iba a ser letal para el río y para muchas poblaciones que estaban a la vera del río. A partir del proyecto de la hidrovía volvieron a aparecer esos fantasmas del descuido a los cursos de agua. Cursos que incluso ya están intervenidos porque tienen una contaminación alevosa por los químicos que se usan en el campo. Hay algo que está pasando de base que no está bueno, pero con la hidrovía es darle vía libre a que eso pase de una forma contundente y legalizar esas prácticas. Entonces, se está gestando una remada que incluso se pretende replicar en distintos ríos de Latinoamérica. Yo tengo una mirada esperanzada en este tipo de gestas, colectivas, porque se contagian y se crea una sinergia que trasciende las fronteras.

El artista popular y la autogestión
—¿Qué representa en tu trayectoria artística el sello independiente Shagrada Medra, sobre todo en términos de autoedición y autogestión?
—Shagrada fue un sueño de un momento que se inició en 1993. En principio surgió por la ausencia de espacios donde poder editar. Fue una época en la que florecieron muchos de estos sellos artesanales, como una respuesta a una necesidad concreta de muchos músicos de editar. Después se nos ocurrió hacer de esto un proyecto más abierto. Empezamos a abrir las puertas de Shagrada a otras propuestas. Para mí constituye un espacio de experimentación en relación a todas las aristas que puede tener la autogestión, probar cosas y pensar esa actividad como algo creativo; cómo hacer para que este colectivo de música que es de distintas regiones del país y varios países hermanos logre cierta visibilidad. Cómo hacer para que estas músicas que se hacen en este momento en estos lugares del mundo se conozcan. Ese es el objetivo del sello. A partir de ese objetivo surgen ideas y vamos probando, caminando un camino medio virgen en algún punto. Ahí surgió este ciclo de escuchas que hacemos miércoles por medio en directo por YouTube, La hora azul, donde se lanza cada vez un disco nuevo. Se reúne gente, como una suerte de ronda virtual, a escuchar un disco entero y el artista va contando la historia del proyecto, de cada una de las músicas que vamos a escuchar. Lo pensamos en principio como una manera de difundir las músicas, pero después nos dimos cuenta que se fue constituyendo una suerte de acerbo que no es solo importante para el presente, sino probablemente para quien quiera años más adelante saber qué música se hacía en esta época por estos lugares o al menos un recorte; conocer la música y el pensamiento de las personas que las gestaron.
—¿Entendés a la autogestión también en términos políticos?
—Sí, absolutamente. Incluso lo pienso más allá de la música: creo mucho en la participación de las asambleas ciudadanas, de la cosa más cercana, es decir, las que uno puede tomar porque la está viendo, está relacionada a una problemática que uno vive cotidianamente. Eso mismo está bueno llevarlo a la música en el sentido de hacer experiencias colectivas, como el caso de este sello. Se genera una cosa cooperativa, una comunidad. No importa de quién es el disco sino que también los otros músicos lo difunden. Lógicamente, siempre hay cosas para ajustar y no todas las personas están con la misma disponibilidad para colaborar, pero es una siembra.
—Los artistas populares tienen mayor resonancia y visibilidad en la sociedad. ¿Sentís una responsabilidad mayor de reflexionar sobre las cosas que te preocupan de este presente?
—Más allá de que no soy un artista de una visibilidad masiva, siento una responsabilidad enorme en relación al qué y al cómo. En algunos recitales he llegado a guionarme algunas cosas precisas que quiero decir con respecto a ciertas temáticas; aprovechar ese momento de la reunión que genera la música y traer alguna temática que me parezca importante difundir. Para mí necesariamente una obra artística es una obra política. Me refiero al hecho de que está reflexionando sobre la vida, sobre lo que se hace o no en un territorio. Ése es un rol muy importante del arte, el incomodar, tal vez no a través de una palabra sino de una combinación de sonidos que no se mueven por caminos estandarizados. Todas esas son decisiones que se toman en el ámbito de la gestación de algo artístico y son decisiones políticas. Porque incomodar trae aparejado un público más activo, más crítico, más despierto. Eso es un principio de algo político. Si el público tiene una actitud activa porque ese arte lo moviliza y lo incomoda, esa misma actitud crítica la va a llevar a todos los ámbitos de su vida. Entonces, se empieza a hacer preguntas: “¿Estoy conforme con la realidad que vivo, en el país que vivo?”, “¿Qué cosas habría que cambiar?”. El arte muchas veces te da la posibilidad de pensar otras realidades. Una música que fuera solo instrumental, sin la presencia de la palabra, con una combinación de sonidos no tan habituales ya está generando un público crítico.
—Y cómo ciudadano, ¿Qué estás viendo de este presente político, cultural y social de la Argentina?
—Creo que como sociedad fuimos abrumados por una estrategia de choque. Salieron a la cancha con un montón de leyes nefastas que hizo que no supiéramos cómo atajar todo eso. Había tantas cosas para defender que de alguna manera eso desgastó a las organizaciones sociales y todos los impulsos ciudadanos de salir a la calle. Siguen igual, haciendo todo rápido. En un momento hubo un estado de movilización que lo viví con mucha esperanza, pero se fue apagando. Mi preocupación actual tiene que ver con la formación ciudadana: cuánto no sabemos, cuánto no sé a todo nivel para tener un análisis profundo económico, social. Siento la necesidad instruirme y de que eso sea una necesidad colectiva. Venimos charlando con algunas personas cercanas cómo podríamos gestar espacios de discusión, porque creo que falta formación. No hay cómo salirles al cruce. Un gobierno como el que tenemos ahora si se hubiera topado con un pueblo informado hubiera sido muy difícil que haga todo lo que hizo y está haciendo.
La entrada Carlos Aguirre: «Las gestas colectivas se contagian y crean una sinergia que trasciende las fronteras» se publicó primero en Agencia de Noticias Tierra Viva.