Con la firma de un acuerdo comercial centrado en minerales, el expresidente Donald Trump decidió atar el destino de Ucrania a una promesa de inversión que, en los papeles, esquiva el punto clave: las garantías de seguridad que Kiev reclama desde hace años para frenar el avance ruso. En lugar de compromisos concretos, Trump ofrece minería, negocios futuros e inversiones inciertas. Ni defensa ni soberanía: rentabilidad.
El acuerdo de nueve páginas, publicado por el gobierno ucraniano, excluye explícitamente la posibilidad de considerar la asistencia militar estadounidense previa como deuda, algo que el propio Trump había promovido. También evita hablar de protección militar, como si el conflicto con Rusia pudiera resolverse a punta de capitales y promesas extractivas. En cambio, el texto alude al potencial ingreso de Ucrania a la Unión Europea, en lo que parece un gesto simbólico sin consecuencias inmediatas.
Para Trump, el acuerdo significa un anclaje económico en Ucrania con la expectativa de rentabilidad a mediano o largo plazo. Pero los recursos minerales mencionados —aún sin explotar— tardarán años en producir beneficios, si es que lo hacen. Y mientras tanto, el país sigue bajo ataque.
El secretario del Tesoro, Scott Bessent, intentó presentar el acuerdo como un “mensaje claro” de respaldo a una Ucrania “libre y soberana”. Pero las omisiones son demasiado grandes para que ese mensaje suene creíble. En la práctica, no hay ninguna garantía de que Estados Unidos actuará si Rusia rompe un eventual alto el fuego.
Trump, que en campaña prometió —sin sustento— terminar la guerra “en 24 horas”, ha mostrado más simpatía por Vladimir Putin que por las víctimas del conflicto. Basta recordar el episodio vergonzoso del 28 de febrero, cuando Volodímir Zelensky fue humillado públicamente al ser retirado de la Casa Blanca, y el acuerdo original fue suspendido. Desde entonces, la ayuda militar quedó congelada y el intercambio de inteligencia, interrumpido.
Ahora, Trump intenta recomponer esa relación ofreciendo lo que sabe hacer: negocios. Una parte del establishment ucraniano ve en el fondo de inversión compartido una oportunidad. Otra parte teme —con razón— que esto se traduzca en una nueva forma de dependencia, que compromete recursos estratégicos sin garantías de defensa.
“Estas son trampas que nos aprietan y arrastran a nuestro país a un abismo cada vez más profundo”, alertó Vira Zhdan desde Zaporizhia, una ciudad que vive bajo bombardeos constantes. Para muchos ucranianos, la lógica empresarial de Trump no reemplaza la necesidad urgente de seguridad.
El Parlamento ucraniano aún debe ratificar el acuerdo. Pero lo firmado por Trump no resuelve el dilema central: cómo proteger a Ucrania de una Rusia que ha demostrado, una y otra vez, que no respeta treguas ni promesas. Inversiones no equivalen a defensa. Y el precio del error, esta vez, puede ser demasiado alto.